El mítico estadio que se ha quedado sin Juegos
São Januário, campo del Vasco da Gama, historia viva del deporte brasileño, estaba programado en un principio como la sede del Rugby 7, pero finalmente sus vecinos se han quedado sin la competición.
Los Juegos Olímpicos de 2016 acabaron, para el estadio del Vasco da Gama, en noviembre de 2012. Enterradas quedaron las orgullosas palabras de su presidente en las que anunciaba que el Vasco sería el único club particular en recibir los Juegos Olímpicos en Brasil. Hoy todo el mundo sabe que no será así.
El estadio São Januário y su mito han visto pasar a través de su ventana, con impotencia, el Mundial de 1950, los Panamericanos del 2007, la Copa Confederaciones de 2013 y la Copa del Mundo de 2014. Seguramente sea injusto, teniendo en cuenta que se trata de uno de los lugares por los que ha caminado, paso a paso, la historia de Brasil, pero la historia también se escribe así.
Los flashes prometían cambiar el rumbo de la leyenda y proporcionaban toda la solemnidad merecida a la firma del gran acuerdo, el 20 de julio de 2010, que uniría a São Janúario con el Rugby durante esta era olímpica y, en realidad, para toda la eternidad. Agarraron el bolígrafo, y el poder, Roberto Dinamite, mito del Vasco da Gama y por aquel entonces presidente del club, y Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité Olímpico Brasileño. Había tiempo suficiente por delante para preparar el estadio. El COI y la Federación Internacional de Rugby llevarían la batuta para que este proyecto fuera un éxito. El Niteroi Rugby, principal club del estado de Río de Janeiro, hizo allí algún entrenamiento para probar las instalaciones y el estado del césped. Todos era felices. El máximo mandatario del club, el que más.
Roberto Dinamite es el jugador que más goles ha marcado en São Januário –divive fama con Romário, que anotó allí el gol 1.000 de su carrera y le hicieron una estatua–. Dinamite cantó 184 dianas en una carrera que se dilató dos décadas, entre 1971 y 1992. Nadie más que él se merecía vivir aquel momento. Era todo demasiado perfecto.
La memoria de São Januário comienza a fallar, de tanto tiempo que ha pasado. La edad no perdona. El Vasco da Gama fue, en la década de los 20, ese club de la periferia creado por comerciantes portugueses que de pronto plantó cara a la burguesía carioca –Fluminense, Botafogo y Flamengo–.
Les ganó el campeonato carioca de 1923 con jugadores negros, analfabetos y trabajadores de la clase baja. La élite del futbol local les quiso aislar, promoviendo un nuevo campeonato en el que solo podrían participar si expulsaban a esos jugadores “de profesión dudosa”. El Vasco se negó y luchó por sus derechos. Luego les colocaron la traba de la obligatoriedad de contar con estadio propio para disputar este nuevo campeonato. El Vasco, por aquel entonces, jugaba en el campo de Andaraí, de prestado. Así que se puso manos a la obra para llevar a cabo, casi con total seguridad, el primer gran crowdfunding del deporte brasileño. Entre sus aficionados recaudaron dinero primero para comprar un terreno en el barrio de São Cristovão, y después para alcanzar la cantidad suficiente para afrontar la construcción. En menos de un año ya tenían listo el estadio más grande de Suramérica, que ahora está protegido como patrimonio histórico nacional.
INAUGURACIÓN
La inauguración tuvo lugar el 21 de abril de 1927. Fue en un Vasco-Santos, obviando, como mandaba la actualidad, a sus rivales cariocas. Un año más tarde se estrenaron con igual solemnidad los focos, y ya se podía jugar también de noche. Vasco ganó 1-0 a Montevideo Wanderers con un gol directo desde el córner. Gol Olímpico. Cómo son las cosas. Tan popular llegó a ser el fervor por el equipo que, una de las favelas colindantes, tomó por nombre Barreira do Vasco.
Por allí, además del deporte, también pasó la política. Getúlio Vargas, dictador en su primera época, más tarde presidente electo, lo tomó como lugar predilecto para sus discursos. Uno de los más importantes, en el recuerdo de la sociedad brasileña, fue el anuncio y firma en 1943 de las leyes laborales, muchas de las cuales siguen vigentes en Brasil.
Por allí pasó unas cuantas veces la selección brasileña y por allí fueron cayendo títulos, alegrías y tristezas, hasta llegar a una de las noches más grandiosas: la final de la Copa Libertadores de 1998 que le ganaron a Barcelona de Guayaquil –tras eliminar en octavos a Cruzeiro, en cuartos a Grêmio y en semifinales a River Plate–. Era el Vasco de Juninho Pernambucano, que disputaría la Intercontinental contra el Real Madrid ese mismo año –gol de Raúl, el aguanís–.
Pero el tiempo pasaba y los cimientos se resentían. Estaba claro que São Januário, a pesar de contar en sus anexos con prestigiosas instalaciones polideportivas, no entraba en los patrones y estándares de algunos organismos oficiales, por ejemplo la FIFA. Por eso llevar allí partidos de la Copa Confederaciones o la Copa del Mundo no se le pasó por la cabeza a nadie en su sano juicio. Su poca capacidad –llegó a ser de 40.000 pero actualmente apenas recibe 21.000 espectadores, mucho para el año de su inauguración, muy poco para ahora–, accesos, infraestructura interna, falta de asientos en sectores de la grada, entre otras cosas, imposibilitan citas de semejante índole. Uno de los actuales vicepresidentes del club, Marco Antônio Monteiro, en palabras para EL ESPAÑOL, asume la falta de condiciones pero lanza un venenoso mensaje a la directiva anterior, la de Roberto Dinamite. “Vasco no recibió ninguna propuesta para organizar nada en aquellas ocasiones, y, de todos modos, no cederíamos el estadio sin contrapartidas, como hicieron durante la Copa del Mundo en la gestión anterior”. Se refiere Monteiro al uso de São Januário para entrenamientos durante la Copa Confederaciones de 2013 y el Mundial de 2014.
Adecuar el estadio para los partidos de Rugby 7 del torneo olímpico era un objetivo más humilde, asumible y realista, y no parecía ninguna osadía. Pero como nada en la vida ha sido fácil para Vasco, pronto comenzaron los rumores en la prensa local de que las exigencias económicas del COI eran demasiado complicadas para afrontarlas tan rápidamente. Las informaciones no cuadraban porque, según el club, el Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) había definido la financiación del 60% de la reforma –una simple modernización de las instalaciones, no una trasformación integral–, y el restante se repartiría entre inversores y patrocinadores, tras una licitación programada para 2013, mediante la cual los vencedores podrían explotar sus marcas en el estadio.
El 1 de noviembre de 2012, a traición, llegó el comunicado que nadie deseaba, y se confirmó la mala noticia. El Comité Olímpico Internacional hacía oficial su resolución. “El Comité Organizador, el COI y la Federación Internacional de Rugby están totalmente empeñados en garantizar una competición de rugby excepcional en los Juegos Olímpicos de 2016. El estadio de São Januário fue identificado como la potencial instalación para el rugby. Esa posibilidad estaba sujeta al cumplimiento de ciertas exigencias. El Club de Regatas Vasco da Gama fue instado, el 9 de abril de 2012, a enviar, hasta el 31 de octubre de 2012, el proyecto completo y todas las garantías, incluyendo las financieras, referentes a la cesión de estadio en las condiciones exigidas por el COI y la Federación Internacional de Rugby para el evento. Por no haber recibido la documentación solicitada en la fecha estipulada, Rio 2016 promoverá ahora una reevaluación de los planes operacionales del estadio João Havelange […]”.
La primera idea del COI tras descartar São Januário fue llevar el rugby al Estadio Olímpico, aunque ese plan B también se descartó. Tal y como puntualiza el vicepresidente Monteiro: “La opción del Comité fue finalmente construir instalaciones nuevas, en lugar de promover mejoras en otras ya existentes”. Efectivamente, el plan C que al final se desarrolló fue la construcción de un estadio desmontable en el Complejo Deportivo de Deodoro, ese nuevo barrio olímpico que está ahora mismo cercado por la corrupción.
Tras dos años y medio de sueños y esperanzas, el Vasco da Gama se quedó con el molde, y con una estructura de categorías inferiores de rugby creada para la ocasión aprovechando el tirón, y los aficionados se quedaron con las ganas de un verdadero legado para este deporte en la ciudad. Un estadio desmontable, que pasará al olvido instantáneamente, no era su idea de futuro, desde luego.
Así que la vida sigue igual en el viejo São Januário. Para los vecinos de São Cristóvão y la Barreira do Vasco, los Juegos Olímpicos pasaron como los americanos en Bienvenido Mr. Marshall. Eso sí, quizá los vascaínos den gracias a Dios viendo los supuestos casos de malversación de dinero público en Deodoro, por no haber visto manchada el alma de su querido estadio. Quizás den gracias a Dios por no haberse visto invadidos por constructoras sin escrúpulos y en la mano de multinacionales ajenas a su biografía, redactada con el esfuerzo de todos aquellos a los que le dolía la camiseta hace casi un siglo.
Fonte: Site El Español